Comencé a sentir que mi pecho se elevaba hacia un ángulo que no podía descubrir.
Podía llegar a observar mi pálido cuerpo, sobre aquel lecho de muerte, mientras recitaba en silencio el padre nuestro. Y ascendía hacia ese incesante resplandecer con un ánimo de desconcierto. Mis extremidades se tornaban cada vez más frías, y en aquella habitación solo habitaba un silencio desolador y un frío constante que recorría mis venas.
Mis sentidos se agudizaban a cada segundo, cada vez más.
Lo inherente de mi esencia espiritual se abrazaba a cada uno de los suspiros de las personas que miraban con tristeza el cadáver sin vida de un extraño ser, que fue. Que ya no es. Y mi alma danzaba en el aire, vibrando con aquellas tenues energías de un rejunte de ignorantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario